Por Gabriel Peralta, www.criticateatral.com.ar
Muchas veces, al adaptar una obra de un lenguaje artístico a otro, el original influencia de tal manera al nuevo formato, que deja a este en la categoría de copia.
La adaptadora y directora Francisca Ure asume ese riesgo al llevar al escenario Gritos y susurros, la película de Ingmar Bergman.
La doble tarea, por demás ardua, de Ure de llevar el universo “bergmaniano”, con sus recovecos, sus sutilísimos corrimientos, y su carga emocional, adosándole su propia visión, es encomiable.
La adaptación se centra sobre la relación de las cuatro mujeres, el espectador sabrá de sus vidas y sus interrelaciones, por sus discursos, todo pasará por la subjetividad de cada una de ellas – esta es una de las marcadas diferencias, con el film, en donde un ojo omnisciente escudriña los trasfondos de la vida de cada una de ellas- no existe una mirada exterior, si no que todo estará teñido por la acción y la voz de cada mujer.
Al escindir personajes de una vital influencia en la vida de estas mujeres, los conflictos surgen de la relación de las mujeres entre sí; y esta es otra elección que tiene su pro y su contra: los problemas de relación con el mundo exterior de Karin y María, quedan apenas esbozados, provocando un pequeño des-balance con la potencia que tienen los conflictos de Agnes y Anna.
Es audaz la resolución que brinda Ure a la escena final de la obra, agregándole una cuota de misterio, a la ya de por sí irreal situación. Queda por afuera de toda cuestión como, a pesar de ir por distintos caminos, la directora llega al mismo pensamiento del director sueco: la trascendencia de la vida pasa por atesorar los pequeños y fugaces momentos de felicidad que nos brinda los afectos.
Sabrina Gómez (Agnes) realiza una buena labor, apartándose de las exageraciones que propicia este tipo de trabajos; tanto Clarisa Hernández (Karin) como Florencia Savtchouk (María) –por lo antedicho- logran sus mejores momentos en la bella e intensa escena que juegan las dos hermanas; y Nadia Marchione le dota a su Anna de toda la humana ternura que su personaje requiere.
El diseño de escenografía de Sol Soto, respeta colores y objetos referenciales del film (cama y sillón; colores blancos, negros y rojos) dentro de un espacio que propicia puntos de fuga para los personajes, y diferenciaciones de distintos planos (realidad-sueño //presente-pasado).
Es bueno el vestuario de César Taibo y Emiliano Martins, al respetar época, clase social y a su vez conjugando el mundo interior de los distintos personajes.
De vital importancia el pictórico diseño de luces de Omar Possemato.
La versión Ure (Francisca) de Gritos y susurros, permite reencontrarnos con interrogantes y sensaciones, y con un interesante contrapunto de lenguajes artísticos.